Algunos títulos argentinos clásicos y disponibles, con las firmas de Mario Soffici, Hugo Fregonese y Román Viñoly Barreto.
Por Leandro Arteaga

Hay directores que nunca deben soslayarse. Uno de ellos es el insigne Mario Soffici. Pocos como él en cuanto a solidez narrativa y lírica personal (Hugo del Carril podría ser caracterizado de manera similar; no casualmente, entre Prisioneros de la tierra de Soffici, y Las aguas bajan turbias de Del Carril, se establece un díptico consustancial). Antes de Kilómetro 111 y de Prisioneros de la tierra, Soffici filmó Viento norte (1937) (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=iUxqvvb6wr4 ), versión delirada –con Alberto Vacarezza en guión- de uno de los capítulos de Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.


En otro orden, de quien puede decirse con justicia fue el único director del cine clásico que triunfó en Hollywood, está Hugo Fregonese. No hay repaso del cine policial que no lo contemple de manera privilegiada. Apenas un delincuente (1949) (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=y0Cb3znULTI ) es pieza fundamental para el cine local, entre otras cuestiones por sacar la cámara a la calle y filmar a la Buenos Aires de entonces como marco idóneo para la fechoría de su protagonista: José Morán (Jorge Salcedo), un oscuro oficinista que idea la manera de estafar al jefe y la compañía donde trabaja. Tiene todo calculado, hasta la cantidad de años que tendría que pasar en prisión. La guita que le aguarda vale la pena.
De este modo, Fregonese –quien luego trabajaría con Gary Cooper, James Mason y Barbara Stanwyck– plantea lineamientos caros y nodales al cine noir, ya en ebullición en Hollywood: la ciudad como espina dorsal, en donde cualquiera podría ser el delincuente. El título mismo, con su “apenas” sugerido, no deja de coincidir con el de la película de Orson Welles: Touch of Evil, un “toque de maldad”. De narrativa vertiginosa, con una voz de expediente que guía al espectador a partir del hecho consumado –el cine noir es coherente con el fatum griego-, Apenas un delincuente atraviesa la vida cotidiana de Morán mientras persiste en su plan perfecto. Vale detenerse en la escena de la firma del jefe (esa firma que Morán necesita para su plan maestro), entre la tinta china y su secador, a la par del sudor de Jorge Salcedo. Fregonese, otro grande.

De origen uruguayo, Román Viñoly Barreto tiene películas gloriosas como La bestia debe morir (1952) y El vampiro negro (1953) (disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Yfh6__IdexM ). El vampiro negro es ni más ni menos que remake de M (1931), la obra maestra de Fritz Lang, de la cual ya en 1951 Joseph Losey filmó otra versión en EE.UU. En el caso local, el papel interpretado por Peter Lorre le cabe a Nathán Pinzón, más la siempre notable Olga Zubarry como la cantante de club nocturno que entrevé, desde su camerino, las sombras del pedófilo y asesino.
Resulta de particular interés que El vampiro negro se ambiente en un no-lugar, un sueño de pesadilla en donde se habla castellano y existe la pena de muerte. Es el juicio al culpable, de hecho, la primera de las acciones de la película. Luego habrá que descender a los abismos para llegar al desenlace. En este sentido, la dimensión espacial del argumento se replica compositivamente, ya que las pesquisas tendientes a dar con el paradero del criminal estarán repartidas entre la superficie citadina y los bajos fondos del mundo hampón.
La situación última corresponde al espectador, interpelado en su intimidad. Así como lo hiciera el propio Lang cuando descubría la flaqueza enfermiza de su personaje, mientras era juzgado por pares, criminales y similares. Lo que hacen Viñoly Barreto y Pinzón es también brillante. El vampiro negro es una de las películas que todo amante del noir (y de Fritz Lang, que es el cine mismo) debe ver.