sábado, 17 de agosto de 2013

Tamae Garateguy: Mujer lobo: entrevista


Los crímenes sexuales de la mujer-lobo

Pocas veces el cine argentino tuvo un clima sexual tan visceral, tan expuesto, como el que propone Mujer lobo. Luego de Upa y Pompeya, la realizadora Tamae Garateguy arremete desde una pasión tan violenta como descarnada.


Por Leandro Arteaga
 
“La historia es la de una mujer que seduce hombres en el subte B de Buenos Aires, tiene sexo con ellos y luego los mata, hasta que se encuentra con una víctima que la va a sorprender” dice Tamae Garateguy de Mujer lobo, que mañana proyecta Bafici Rosario a las 20.30 en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), con presencia de la realizadora.

-¡Cuántas escenas calientes tiene tu película!
-Tiene muchas, ¿viste? Veía que el cine independiente argentino carecía de la temática o de situaciones que tuvieran que ver con lo erótico. Empecé con esa inquietud. Y con Diego Fleischer, el guionista, acordamos que sería bueno mezclar aquellos personajes femeninos de los ‘60, aquellas mujeres criminales, con algo un poco más erótico; finalmente salió la idea de meternos en la mente de la mujer-lobo, alguien que tiene “problemitas” con sus diferentes personalidades. La hicimos en blanco y negro porque queríamos coquetear un poco con Repulsión, de Polanski. Mujer lobo es como un cuento, un cuento un poco sádico.

-Un cuento con tradición en el cine, donde hay mujeres felinas o lobunas, donde lo monstruoso es expresión de algo que sucede internamente.
-Cuando dirigí pensaba un poco en eso, en dar un trazo grueso que permitiera retratar la locura, una locura que estuviese plasmada desde temas que me interesan, como el sexo y la muerte. En un punto, es un cuento muy sencillo, pero con el fin de meternos en una psiquis muy compleja.

-Lo sexual aparece de manera desenfadada, desafiante, femenina. Lo digo por la predominancia que sobre el tema tiene la mirada masculina.
-Durante el rodaje tuve muy presente lo que decís. Cuando buscaba películas o referencias icónicas, como El imperio de los sentidos, siempre pensaba en que la cámara la había puesto un hombre, con una mirada y un pensamiento determinados acerca de lo sexual. Las mujeres tenemos incorporadas esas imágenes, esa impronta cinematográfica. Para mí era un desafío pensar en dónde situar la cámara, de una manera acorde con los sentimientos del personaje, que es alguien sumamente estallado. Quería ir al límite, y teniendo en cuenta esa tensión les propuse a las actrices arriesgarnos para ver qué pasaba. Me metí más en una cuestión sexual agresiva, también como para investigar, porque no es que lo tuve tan claro, sino que iba viendo qué pasaba. Tenía una intriga antes que algo resuelto.

-De todos modos, la sexualidad violenta de Mujer lobo no niega momentos de sensibilidad o de ternura. Por otra parte, el sexo no deja de ser un acto violento.
-Creo que siempre hay una violencia, una tensión, pero también algo más de la incerteza; a veces no se trata de la consumación del acto sexual sino de lo que pasa antes, de lo que pasa después, eso es algo que me interesaba mucho. Como se trata de un personaje muy extremo, era algo con lo que podía jugar.

-¿Con qué reacciones te encontraste por parte del público?
-El público estaba sorprendido, pero gratamente. Un poco por el desenfado, el riesgo, y además porque exageré. Hay varias escenas de sexo, no dos o tres. Un poco como para marcar esa falta, como para decir “hablemos del tema, veámoslo”. Más allá de si gusta más o menos, fue bienvenido, así como el desparpajo, la energía arrojada que tienen el personaje y la película.

-Tu concepción de la mujer-lobo coincidió con el personaje de Mala, de Caetano.
-Cuando se me ocurre la idea de desdoblar el personaje para contar la complejidad desde varias actrices, me entero de que Caetano estaba haciendo lo mismo, a veces pasa. Pero Mónica Lairana, mi actriz, me dio ánimos, porque lo que estábamos haciendo era diferente.

-Son diferentes. Lo que noto coincidente es el desenfado, el desprejuicio. Mujer lobo y Mala son películas descarnadas.
-Yo tenía ganas de hacer algo visceral, que no estuviese tan mediado por la razón, por una perfección técnica sin alma; que fuera algo más de trazo grueso y expresivo, antes que pensado, medido y calculado. Que fuese acorde con una mente estallada, con una fuerza destructiva, muy potente. Hay muchas películas y series donde los asesinos seriales son calculadores, inteligentes, donde arman sus crímenes perfectos o así lo pretenden, pero yo tenía la idea de algo más carnal, inestable, y mi manera como directora era no dejar que el pensamiento, la lógica, la invadieran.

-Es algo que se nota y se disfruta. Así como la confianza ganada con las actrices, que son quienes están expuestas.
-Luján Ariza, Guadalupe Docampo, Mónica Lairana, se brindaron completamente, confiaron en mí de una manera plena. Sabían que las iba a cuidar, y así fue cómo se brindaron. Dar ese tipo de actuación de una manera tan expuesta -a nivel emocional y físico, ya que estuvieron desnudas en el set- fue un lujo para mí. Es difícil esa confianza.
 

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