Un retrato simplista, una película lamentable
Creación. Una idea que cambió el mundo
(Creation)
Gran Bretaña, 2009. Dirección: Jon Amiel. Guión: Jon Amiel, John Collee, a partir de la novela Annie’s Box, de Randal Keynes. Fotografía: Jess Hall. Música: Christopher Young. Montaje: Melanie Olivier. Intérpretes: Paul Bettany, Jennifer Connelly, Ian Kelly, Toby Jones, Martha West, Jim Carter.
Duración: 108 minutos. Solo disponible en DVD
Por Leandro Arteaga

Esto como prólogo a uno de los films más lineales y escandalosamente sosos que sobre la figura de Charles Darwin podría realizarse. El mismo título ya es alerta suficiente: Creación, más el subtítulo agregado a su estreno local: “Una idea que cambió el mundo”. Lo que seguramente no cambiará será ni la historia del cine, ni el ánimo del espectador más o menos avezado, luego de transitar las horas de sufrimiento moral que acosan a Darwin para la redacción de la que finalmente sería su obra monumental: El origen de las especies (1859).
Ante tamaña historia, cuyo interés debiera fluir por sí mismo, el film de de Jon Amiel (Copycat, Sommersby) decide apelar al melodrama televisivo, con toques de quejas maritales (la insoportabilísima Jennifer Connelly), más el recuerdo de una hija perdida de manera temprana, retoño que prometía ser encarnación científico-afectiva del padre atribulado. En el medio de ello, las dudas religiosas, el sacerdote y sus lecturas del Génesis, la presión de la comunidad científica, el dedo de Darwin en contacto con el del mono (sí, como en Miguel Ángel) y una aseveración que reverbera en la cabeza del pobre naturalista: “¡Has matado a Dios!” le espeta orgulloso Thomas Huxley (el gran Toby Jones).
El trabajo de Paul Bettany en la piel de Darwin es cercano al de una imagen de estampita, acorde al gusto contemporáneo de mimetizar al intérprete con la piel de su personaje. En el camino se pierde el concepto de recreación, situación que debiera asumir, de hecho, toda la película. Quizá ello se deba, tal la costumbre en este tipo de films, a un ansia totalizadora, de rasgos autoritarios, que se disfrazan desde una consabida corrección política y que en Creación se expresa de forma rápida sobre su desenlace: lograda la escritura del libro –tras el permiso, eso sí, de la esposa amada- no faltan los cartelitos insoportables que recuerdan acerca de la importancia de El origen de las especies y de la restitución armónica que entre sus postulados y el dictamen creacionista hubo de lograrse.
Mejor, entonces, volver sobre el film de Kramer. O también recorrer, con un gusto fantasmático y bello, los retratos que de sí mismo el propio Darwin encargara a la extraordinaria fotógrafa Julia Margaret Cameron, para detenerse en el rostro ceñudo de tanta ceja, oculto tras un colchón de barba blanca, de muchos años.
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