martes, 28 de septiembre de 2010

Wall Street: Money Never Sleeps (2010, Oliver Stone)


Finanzas de sentimientos nobles

Wall Street. El dinero nunca duerme
(Wall Street: Money Never Sleeps)
EE.UU., 2010. Dirección: Oliver Stone. Guión: Allan Lloeb, Stephen Schiff. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Craig Armstrong. Montaje: David Brenner, Julie Monroe. Intérpretes: Michael Douglas, Shia LaBeouf, Josh Brolin, Carey Mulligan, Eli Wallach, Susan Sarandon. Duración: 133 minutos.


Se trata de un cuento moral. Moralista, resulta más atinado. Lo que equivale a señalar: el peor cine estadounidense. Es cierto, Oliver Stone tiene algún título para recordar. Quizá La radio ataca (1988) o Asesinos por naturaleza (1994). Luego de evangelizar el submundo latinoamericano a través de sus entrevistas a Fidel Castro y Hugo Chávez, Stone se sumerge de nuevo en las finanzas que ya hiciera célebres en Wall Street (1987). Es decir: Gordon Gekko está de vuelta.
Aquí el acento habrá que situarlo en la figura de Shia LaBeouf. Hijo de Indiana Jones en la última de sus películas y ahora ahijado de Gekko. Es decir, LaBeouf como relevo de figuras ya añejas de Hollywood como Harrison Ford y Michael Douglas. En virtud de su éxito creciente, con Transformers 3 en marcha, LaBeouf también como heredero legítimo del sitial de elegidos.
Pero por eso –sobre todo- como expresión novel del Hollywood más banal. Porque el pibe de nombre impronunciable ha pasado a encarnar al héroe de la pantalla de política correcta. Nada más repelente. Para ello, el mejor ejemplo, en Wall Street 2.
El film de Stone apela a la moralina más torpe, a su declaración de fe devota hacia los actuales tiempos políticos norteamericanos (“destiny” se lee en una tapa de diario, sobre la imagen de Obama). Se trata del renacer: tanto literal como de metáfora obvia. Es así que Jake Moore (LaBeouf), niño pródigo de Wall Street, apunta sus ganas mercantiles a un proyecto de renovación energética. Mientras tanto, los capitalistas a ultranza juegan a explotar el máximo beneficio antes de dar un salto tecnológico.
En el medio, Gekko. Recién salido de la cárcel y padre de la novia de Jake. La hija detesta al padre. Y Jake que oficiará sus astucias para acercarlos y aprender las artimañas del querido suegro. Todo ello en beneficio de un operativo de venganza financiera que se propone iniciar.
En el Radar último, José Pablo Feinmann desmenuzaba la película de Stone y, con habilidad maestra, no podía impedirse el relato más o menos indirecto de su desenlace. Lo que ocurre es que el final es, de veras, tan imposiblemente tonto, que no queda otro remedio que contarlo. Aquí se hará la excepción pero, eso sí, a no olvidar que se trata de un “renacer”. Esto es: parejas desunidas (padre/hija, novio/novia, prometido/prometida, economía estable/crack financiero) que –ay- se reúnen. Faltaría la palabra “moraleja” como aclaración última. La familia, célula social, se impone como discurso final en Wall Street.
Por lo menos, quedan los guiños esperados si bien –no importa- forzados. Allí cuando Gekko reencuentre a Bud Fox, es decir a Charlie Sheen. El diálogo está bien, y entra en sintonía con el recuerdo del espectador. Es que han sucedido más de veinte años entre un film y otro. Momento en que las canas y las arrugas van y vienen entre los personajes y los espectadores.

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