martes, 13 de julio de 2010

Where the Wild Things Are (2009, Spike Jonze)


El mundo salvaje de la niñez


Donde viven los monstruos
(Where the Wild Things Are)
EE.UU./Alemania, 2009. Dirección: Spike Jonze. Guión: Spike Jonze, Dave Eggers, a partir de la novela de Maurice Sendak. Fotografía: Lance Acord. Música: Carter Burwell, Karen Orzolek. Montaje: James Haygood, Eric Zumbrunnen. Intérpretes: Max Records, Catherine Keener, Mark Ruffalo, James Gandolfini, Chris Cooper, Paul Dano, Catherine O’Hara. Duración: 101 minutos. Sólo disponible en DVD



Es una pena sin reparo que la última película de Spike Jonze no haya conocido estreno comercial. Si la propuesta para el público no estuviese –cada vez más- alineada por los mandatos comerciales y su impericia cerebral, debiera existir el lugar de pantalla para un film como éste. A ello se suma, como posible razón, el lugar inclasificable que el realizador ocupa, de modo admirable, dentro de la industria del cine. Estamos hablando de Spike Jonse, el mismo responsable de títulos atípicos como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) y El ladrón de orquídeas (2002).
El caso de Donde viven los monstruos repara, por una parte, en el interés por su libro fuente, obra de Maurice Sendak. Por otro lado, es excusa que dispara la brillantez salvaje de Jonze. Pocas veces se ha plasmado –sobre todo en estos tiempos tan “cinematográficamente correctos”- lo inasible del comportamiento infantil. Porque Max (Max Records) patalea, grita, gruñe, estruja a su perro, y muerde a su mamá.
Corre como un condenado, como un loco. Harto de todo y de todos. Su mundo se destruye y reconstruye. Max se refugia donde puede. Y es allí cuando aparecerán los monstruos más bellos que el cine hace tanto tiempo nos debe. Lo mejor de todo es que son grandes, que no son digitales, que se mueven como lo haría alguien disfrazado, con el peso enorme de lo que viste. Y cargan con una melancolía que es dorada y terrosa y desbordada.
El mundo dentro del mundo podría ser una de las maneras de acercarse al film de Jonze. El mundo de los adultos, el mundo de Max, el mundo de Carol (el gigantesco peluche bestial con voz de James Gandolfini), y el mundo del sol, ese sol que –dice el maestro- habrá de apagarse algún día. Salirse de un mundo para entrar en otro. Y desde la visión del film recordar las etapas que personalmente se han vivido, que se vivirán, para compartir la melancolía aludida. Una belleza.
Hay un encanto muppet en Donde viven los monstruos, y no es casual. La Jim Henson Creature es la encargada de dar vida a estos seres de mundos tan cercanos como imaginados (el tizne de azul noche de las lágrimas de Carol recuerda la tristeza de gomaespuma del film de Henson, obra capital de la melancolía, El cristal encantado), más el arte de las marionetas que ejerce el propio Jonze. A partir de ello, recordar el inicio de la misma ¿Quieres ser John Malkovich?, capaz de sembrar luces en el medio del caminar apurado de la ciudad.
Donde viven los monstruos es, afortunadamente, una rareza. Tiene tanta vida y ganas que la hacen indigerible para los films que garantizan hoy el éxito y las estupideces afines. El monstruo Carol es la encarnación más hermosa y terrible. Todo lo destruye y todo lo reconstruye. Nadie lo termina de entender. Tampoco él puede entenderse. Se debate con todos y consigo. Aunque recurre a la violencia sabe también cuándo llorar. Cuando lo hace, tiembla el mundo con su tristeza. Y lo mejor de todo, como gran film que es, es que a Donde viven los monstruos se le han perdido las moralejas.

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