sábado, 31 de julio de 2010

El origen (Inception, 2009, Christopher Nolan)


Juego de espionajes oníricos


El origen
(Inception)
EE.UU./Inglaterra, 2010. Dirección y guión: Christopher Nolan. Fotografía: Wally Pfister. Montaje: Lee Smith. Música: Hans Zimmer. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page, Tom Hardy, Ken Watanabe, Marion Cotillard. Duración: 148 minutos.



Pareciera que todo nuevo film de relativas expectativas deba tender –tal la promesa publicitaria- al desborde, a lo nunca visto, al bla-bla-bla. Más aún, se ha dicho de Christopher Nolan –de nuevo, publicitariamente- que es un realizador “visionario” (?). Y, en verdad, Nolan es noticia porque sus últimos films han funcionado en la taquilla. Es ésta la garantía que Hollywood hoy desesperadamente expone.
Desde lo artesanal, Nolan viene atravesando cierto cariz temático que sitúa a El origen como otra de sus piezas preferidas. La frontera difusa entre lo cierto y lo incierto, entre lo real y lo imaginario, se dibuja y desdibuja desde Memento (2000) hasta Batman: El Caballero de la Noche (2008). Con episodios menos logrados como Noches blancas (2002) y la muy elogiable El gran truco (2006). Sea desde el grand-guiñol de esta última o el moralismo republicano –y repudiable- de su versión de Batman, Christopher Nolan se ha convertido en un realizador relevante. Y eso ya es mucho, dado el panorama actual y triste del cine estadounidense.
Desde la mirada que en esta nota se propone, convendría pensar El origen desde la instancia del espionaje onírico, dejando de lado cualquier consideración surreal. Porque no hay nada que responda a cualidad poética alguna en el film. Todo se reduce a misiones que cumplir y lógicas que imponer allí donde el deseo debiera ser capricho, sin nada de ley.
Como si se tratase de una serie de muñecas mamushkas, cada uno de los sueños propuestos por el film contendrá otro, y así sucesivamente. Todo ello hasta llegar a un límite último, suerte de prisión de grado cero. Desde esta ilación simultánea –que se vale de la mutación temporal entre estadio y estadio para orientación del espectador- el nunca mejor llamado contrabandista mental Cobb (el cada vez mejor DiCaprio) lidera un equipo que debe cumplir con el cometido de insertar un pensamiento profundo en la psiquis de un joven empresario. Esto por un lado.
Por el otro, la historia paralela que significa el propio Cobb, sujeto a un acontecer personal que lo ha llevado a casi no poder soñar más, donde la represión que experimenta lo vuelve posible llave disruptora de la misión que cumplir; o del chantaje al que responder, según se mire.
A diferencia de Matrix, film con el que se ha emparentado a El origen, aquí las escenas de peleas en rallenti y perfectas responden a la sucesión lógica del encadenamiento onírico, muy diferente del esteticismo de camperas Armani de aquel otro título. En este sentido, El origen se sitúa de manera más acertada y cercana a la misma Memento, film cuyo argumento supiera articularse de manera dual entre su construcción y deconstrucción.
Sí es más atinado pensar la temática de El origen desde la narrativa desdoblada que literariamente cultivara el gran Philip K. Dick, a través de títulos como Ubik o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Sólo con la salvedad de que allí donde Dick insertara la paranoia como clima estético y social, Nolan aplica el cálculo. Y esto es algo que el film respira, más allá de la postura final por la que se incline el espectador ante su desenlace.

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