miércoles, 11 de noviembre de 2009

Karl Schroeder: La señora de los laberintos (La Factoría de Ideas, 2009)


Mundo de ánimos cambiantes



La señora de los laberintos
Karl Schroeder
Editorial: La Factoría de ideas
Colección: SOLARIS FICCION Nº: 127
Titulo original: Lady of Mazes
Traducción: Virginia Sanmartín López
Fecha de publicación: septiembre de 2009
Formato: 23 x 15 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 320
PVP: 20,95 €
ISBN: 978-84-9800-494-6





“A la mayoría de la gente de aquí no le gusta que le recuerden que están viviendo en mundos artificiales. Muchos lo han olvidado o ya no lo creen.”
La Señora de los laberintos: p. 138

“Me gusta leer SF que, al mismo tiempo, me entretenga y me desafíe. Quiero sexo y filosofía, nuevas visiones del futuro y montones de explosiones.”


Tal como nos (bien)acostumbra La Factoría de Ideas, tenemos aquí otra posibilidad de proximidad lectora a un autor, para nuestra lengua, hasta ahora desconocido. Con La Señora de los laberintos nos adentramos en el mundo de ciencia-ficción y literatura de Karl Schroeder (Manitoba, Canadá, 1962), reconocido, entre otros títulos, por la serie Virga y el manual The Complete Idiot’s Guide to Publishing Science Fiction (título que, por lo menos a mí, me provoca curiosidad inmediata). Podemos agregar también que, entre otras distinciones, Schroeder se distingue por haber recibido en 2003 el premio a la mejor novela canadiense de ciencia ficción por Permanence.
La Señora de los laberintos (cuyo título original es Lady of Mazes, publicada originalmente en 2005) nos adentra en la multiplicidad caótico-ordenada de un futuro multiprismático. Vale decir: mundos paralelos que conciben los propios ciudadanos futuros, en una mezcla de hábitats que no sólo provocarán duda en los personajes respecto, digamos así, de la realidad-real, sino también, claro está, en el propio ánimo lector.
La temática de espacios paralelos, convivientes, ha sido atravesada de formas múltiples a lo largo de la literatura y, particularmente, de la ciencia-ficción. Philip K. Dick nos surge como nombre inmediato, referido a una paranoia que se ha resemantizado conforme a los cambios epocales (y que el cine ha sobreexplotado desde la taquilla y la reflexión escasa). Pero en Schroeder la posibilidad de procrear mundos alternativos ocurre como manera natural, por decirlo de algún modo, del ser. Vale decir, en La Señora de los laberintos nos encontramos con un ser humano disperso en tantas posibilidades como se le ocurra o quiera concebir.
A partir de allí, el escritor canadiense buceará en la aventura, en el indagar y, también, en nuestra sorpresa. Leer las páginas primeras del libro implica un tour de force de comienzo poco claro. Hasta no haber avanzado unos capítulos no tendremos una noción clara de los lugares/no-lugares donde asistimos. Las réplicas humanas, de hecho, nos desorientan también respecto de la identidad de quién habla, desde dónde lo hace, por qué lo hace.
Aquí, entonces, la figura del laberinto. Mejor aún, la de los laberintos. Más nos adentramos, más nos perdemos pero, aquí la paradoja del libro, más cerca estamos de encontrarnos. El propio autor supo señalar, sobre la novela, que de acuerdo con las “realidades cambiantes de la Cornona Teven, Livia Kodaly [nuestra heroína] aprende una manera nueva y radical de ser humana—por no concebirse desde la típica trans-humanización.” (En http://www.kschroeder.com/my-books, los corchetes son míos).
La trans-humanización aparece, por ello, como el modo natural del ser al que aludíamos. Pero por ponerlo en duda, Livia será capaz de pensarse, de reflexionar, de dudar y provocar, finalmente, el quiebre. Como si fuese una mirada retrospectiva respecto de lo que éramos y ya no recordamos. Y disculpen la nostalgia –la literatura no tiene edades- pero no puedo dejar de recordar cómo Clarisse sentía el sudor descalzo de la hierba de la mañana en Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Algo de esto se respira en La Señora de los laberintos.
Ahora bien, aquí la digresión, lo que en Bradbury se plasma como cuento inmediato, pleno de fuerza poética, en Schroeder se demora en cobrar forma. Hay mucho trajinar de páginas para dar cuenta del asunto. Y los personajes se mueven, casi, con poca convicción sensible, aún cuando podríamos también argumentar que, en un mundo tan frío, difícilmente se respire algo diferente a nivel humano.
Karl Schroeder se nos presenta como un autor a atender y a querer leer (más). Decía al inicio que gracias a La Factoría nos seguimos introduciendo en esta manía lectora que desconoce límites, porque queremos más títulos del autor en nuestro idioma… En fin, que nunca es suficiente, nada nos alcanza. ¡En buena hora!

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