Piazzolla: conservador y revolucionario
“El libro intenta poner en escena la idea de pensar el tango como música” señala Diego Fischerman, como corolario a una investigación tan fascinante como la misma obra musical -y vida personal- que la provocan.

Diego Fischerman
Abel Gilbert
Edhasa
408 pags.
$59
Como si fuese un laberinto de muchos recorridos posibles, pero ordenados meticulosamente. Una estructura que orienta en el transcurso de una vida y obra apasionantes, complejas. Ésta es la sensación que camina en uno luego de la lectura de Piazzolla, el mal entendido, recientemente editado por Edhasa, y coescrito por Diego Fischerman y Abel Gilbert.
Porque el personaje Astor Piazzolla (1921-1992) navega en un contexto que se ramifica demasiado, del que es imposible desprenderse y hacia el cual el músico inevitablemente refiere. La figura, la obra, el contexto. “Lo bueno es que lo hayamos logrado, ya que formó parte de la idea de que estudiar una música o un músico debe servir para entender más su época; y por otra parte uno también quiere entender la época para poder entender esa música”, señala Fischerman.
“Esta sensación era muy fuerte con Piazzolla; por un lado, Piazzolla permitía entender su época -o sus épocas, porque además tuvo un recorrido muy largo-. Su infancia coincide en Nueva York con la aparición del micrófono, sus últimas grabaciones ya tienen que ver con la tecnología digital; empieza con la orquesta de Troilo, en su momento de oro -el primer arreglo que él firma para la orquesta es de 1943-, y llega a hacer jazz-rock, de una forma particular, con un estilo piazzolliano, y a ser un referente para los músicos de rock. En ese sentido, prácticamente no hay un equivalente en Argentina, no sólo por la importancia o el peso específico de su obra, sino por esta característica que quizás haya tenido Miles Davies en Estados Unidos, de ser alguien que se recicló a sí mismo muchas veces, que siendo ya un compositor muy importante d

El libro pareciera construir un personaje que nunca está conforme…
-Es cierto, es una observación fantástica, hay algo de esta incomodidad. En el libro no quisimos ser psicologistas, pero de todas maneras uno podría pensar que este hablar mal el castellano, y la renguera que tenía en un género que se definía por el baile, también implicaba un desacomodo permanente. Piazzolla escucha el tango en Nueva York, en Mar del Plata, escucha el jazz con una oreja que no es precisamente la del jazz… está todo el tiempo un poco “corrido”, y esto que podría ser una desventaja, y que él siente un poco así y trata de disimularla contando historias a veces con un poco de fantasía- la verdad es que lo favorece. El desacomodo es el que hace que termine con un estilo absolutamente único y totalmente distinto de cualquier cosa que se hubiera hecho en el mundo. Hay que pensar que en las grabaciones del quinteto, ese grupo está tocando de esa manera en un momento en que el quinteto de Davies con (Wayne) Shorter todavía no existe, en un momento en que los Beatles todavía hacen rock and roll, en el que la música de tradición popular ha tomado poco vuelo, quizás en algunos músicos de jazz pero no más allá de eso… y este tipo en Argentina está haciendo esa música, con un grupo que suena de una manera absolutamente prodigiosa.
La lectura del libro es apasionante, pero también revela matices, contradicciones, complejidades… ¿cómo resultó la colaboración para la escritura entre dos?

Uno podría pensar al libro, también, como una manera de mirar la actual ausencia de crítica musical. En una reciente entrevista en Radar, se evidenciaba un poco esta situación.
-Hay muchas razones. No sé si nos quejamos de, en todo caso verificamos esto. Por un lado es cierto que los años sesenta, la época de mayor producción de Piazzolla, era una época en la cual la idea del progreso estaba muy presente, la idea de que un disco tenía que ser distinto del disco anterior. Los grupos de rock entre, digamos, Revolver o Rubber Soul -que son una bisagra en esa manera de pensar la música de tradición popular como terreno fértil para la experimentación-, ciertas cosas que pasaban por el lado del jazz, Piazzolla en el caso de la música argentina, etc., hay una necesidad de originalidad, de cambio, de novedad, de revolución. Piazzolla acude muchas veces a esas palabras: tango progresivo, tango contemporáneo, tango moderno; utiliza un poco indistintamente esas palabras, que después desaparecen. Hoy en realidad no hay esta sensación de avidez, o esta necesidad de novedad. De hecho, muchas cosas que eran corrientes, que podían llegar a ser masivas -quizás no en Argentina pero sí en otras partes del mundo, como Hendrix o The Doors- hoy no entrarían en la mayoría de las radios. Cuando yo era chico escuchaba lo que Hendrix tocó en Woodstock, la subversión del himno norteamericano entremezclado con bombas y con verdadera experimentación sonora en el programa Modart en la noche. Hoy ningún programa de una radio comercial pasaría algo de ese tipo. Y por otra parte, efectivamente Piazzolla criticaba a Troilo porque hacía veinte años que hacía lo mismo, y hoy en realidad tenemos ya muchos más años que veinte de los Redondos pareciéndose a sí mismos, o del Indio Solari pareciéndose a sí mismo, o de Cordera pareciéndose a sí mismo, y a nadie le parece mal; a nadie le parece ma

¿Cómo sale usted después de la experiencia que supone un libro semejante?

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Leer nota en Rosario/12 (08/08/09)
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