domingo, 28 de junio de 2009

Le silence de Lorna (2008, Jean-Pierre & Luc Dardenne)


El silencio que molesta

El silencio de Lorna
(Le silence de Lorna)
Bélgica/Francia/Italia/Alemania, 2008
Dirección y guión: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Fotografía: Alain Marcoen. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj, Morgan Marinne, Olivier Gourmet. Duración: 105 minutos.




En una primera instancia, me resulta irresistible pensar la temática de los hermanos en el cine, porque así como los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, son muchos otros los que también admiramos: los Taviani, los Coen, los Fleischer y, cómo no, de pie todos nosotros, los mismísimos Auguste y Louis Lumière, padres del cine.
Pero volvamos a los Dardenne y al film que nos ocupa, para señalar y celebrar su artesanía narrativa, su dignidad moral, dada por una cámara que elige acompañar personajes marginales, al costado de las luces de ciudad de tarjeta postal, con problemáticas profundas y terribles, justamente aquellas que la alfombra citadina prefiere ocultar bajo su manto para invisibilizar.
Así como con sus films anteriores –Rosetta, El hijo, El niño-, también con El silencio de Lorna los hermanos Dardenne arriban al personaje desde detalles pequeños, que se desarrollan gradualmente conforme avanza el argumento. Sabremos lo necesario: la nacionalidad belga que Lorna, finalmente y con alegría, obtiene; un marido drogadicto que intenta recuperarse y al que ella trata con indiferencia; un taxista nocturno con el que Lorna participa en tratos ilegales; un amor desesperado que separa la distancia; más el trabajo estanco y cotidiano en la tintorería (tarea para ser desempeñada –tal como destacara mi amigo Manuel Bendersky, luego de ver el film- sólo por inmigrantes).
Con estos elementos, cuya imbricación generan conflictos nuevos, mientras nos develan costados terribles y difíciles de digerir, se construye El silencio de Lorna. Es así que uno no puede menos que, valga la paradoja, maravillarse con el film. Porque es admirable desde su construcción, porque no precisa de golpes de efecto ni de discursos unívocos o políticamente correctos. En El silencio de Lorna asistimos a una de las tantas historias pequeñas que sintetizan mucho, que permiten develar una sociedad compleja, europea, y perversa.
Lorna (Arta Dobroshi, brillantemente) pareciera, por momentos, quebrarse. Porque sabe que ha obrado de manera espantosa. Aún cuando su necesidad vital la empuje a adentrarse en situaciones inmanejables, hay algo de sí misma que la corroe y que la lleva a desnudarse, a compartirse sexualmente: de forma ambigua, contradictoria, tanto como lo permite la misma manera de ser –por impredecible- femenina.
Y cuando asistimos a este foso de abismo, nos damos cuenta de nuestra posición de espectadores. Tranquilizante por una parte: porque sabemos que no estamos allí, en el problema que la pantalla nos propone; pero desesperante por la otra: porque no podemos ser indiferentes, porque el film nos arroja dentro del problema (será por ello, estimo, que varios espectadores se retiraron de la sala). La angustia, entonces, obra allí, tanto durante como luego de la proyección, rasgo que habilita a entender que el cine de los hermanos Dardenne conmueve de modo cierto o, en otras palabras, de forma artística.

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