jueves, 19 de marzo de 2015

Iván Fund: Registros íntimos


Detenido en la fugacidad del momento


El cine de Iván Fund está disponible en el sitio on-line de Cine El Cairo. Momentos de azar, fragmentos narrados, conversaciones superpuestas. Cuatro títulos que completan la obra del realizador de Los labios, premiada en Cannes.

Por Leandro Arteaga

Conversar el cine del santafesino Iván Fund (San Cristóbal, 1984) es un desafío. Así lo solicitan los cuatro títulos que bajo el rótulo Iván Fund: Registros íntimos integran la cartelera on-line de Cine El Cairo. De manera gratuita, pueden verse allí las siguientes películas: La risa (2009), Hoy no tuve miedo (2011), Me perdí hace una semana (2012), AB (2013). Lo que habilita a prácticamente completar el visionado total de su obra, teniendo en cuenta el relieve alcanzado por Los labios (2010), codirigida con Santiago Loza, con subsidio de Espacio Santafesino, y premio en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes a sus actrices: Victoria Raposo, Eva Bianco y Adela Sánchez.
Ya en Los labios se distingue el aspecto que replica en los demás films, a partir de la colaboración intensa con el dramaturgo Santiago Loza. En todas sus películas, Fund cuenta con su participación en el apartado guión, de lo que se desprende un mundo compartido, que merece también extenderse hacia las propias realizaciones del cordobés. La más reciente película de los dos es El asombro (2014), mediometraje experimental dirigido junto a Lorena Moriconi.
En principio, lo que se enhebra en las películas de Fund es un mundo localizable (se trata de Crespo, localidad entrerriana donde el realizador ha vivido gran parte de su vida) pero también inasible, casi extraño. Dedicado a registrar momentos fugaces, cotidianos, distribuidos de manera casual, el cine de Iván Fund construye un gran entramado, diseminado en tantas películas como requiera. En su cine no existe un afán por contar historias, sino la paciencia por esperar a que éstas acontezcan, si es que así lo hacen. A veces a partir de miradas (des)encontradas, atravesadas por una confidencia a cámara que es efecto de cotidianeidad. Es decir, en sus películas emerge una familiaridad que es a su vez contexto, marco contenedor, en el cual Fund y equipo saben desenvolverse con naturalidad.
Por situar un ejemplo cercano, podría pensarse en el cine de Raúl Perrone e Ituzaingó, ámbito de referencia donde el cineasta vive y filma. Pero se trata de puestas en escena diferentes. En Perrone hay una espera que es inmóvil o que lo parece, por momentos metafísica; en Fund siempre hay movimiento –en sus intérpretes, en su cámara: se camina, se corre, se habla–, aun cuando éste no se condiga con maneras narradoras, teleológicas.
Es decir, el nexo entre imágenes y la construcción de un relato es, en todo caso, un efecto verosímil que requiere sagacidad. Tanta como la que supone su deconstrucción. El montaje, cuando se libera de esa lógica –heredada de tanto cine parecido–, reencuentra un grado cero, que devuelve al cine a su momento original, allí donde todo es posible.
En otras palabras, y desde la analogía: ¿cuáles son los sonidos que se eligen cotidianamente escuchar? La decisión no es racional, sino instintiva y vital. En sus películas, Fund indaga en aspectos similares, a partir de diálogos entrecortados, surgidos desde la espontaneidad, sin rumbos premeditados, finalizados de modos abruptos. Lo mismo sus argumentos, sin un devenir que culmine o tenga inicio preciso: a la manera de grandes paréntesis, delimitados por el inicio y término de cada película, sin que pueda saberse más que lo que se ha visto, para quedarse luego con nociones imprecisas sobre lo que ha pasado antes, sobre lo que sucederá después.
En este sentido, La risa es la que encamina su derrotero desde una premisa más delimitada: un grupo de amigos vuelve de una noche de fiesta. Manejan y alargan los tragos de cerveza. Una afinidad que tiñe la amistad de pequeños gestos ambiguos, por momentos densos. El automóvil se vuelve un espacio lodoso, en donde los planos cerrados quitan oxígeno, mientras afuera hace frío y el humo del cigarrillo ahoga más. Cuando la hermana de uno de ellos sea invitada a participar en este mundo, las miradas ya no serán lo que eran, tampoco los chistes cómplices. Sino que todo parece a punto de reventar, o quizás después, mucho más tarde, sin saberse demasiado bien por qué.
En Hoy no tuve miedo, hay dos partes diferenciadas así como superpuestas. Dos momentos que podrían ser dos historias o esbozos de varias más. Padres e hijos desencontrados, el baño del perro, la amistad, el psiquiatra y sus preguntas –que el espectador no sabe si también responder–, el vestido para la fiesta (como un signo de puntuación que recuerda el paso del tiempo), y muchas fiestas. Es probable que en esos momentos todos o algunos de estos muchos personajes se crucen, también con otros, como momentos de un caleidoscopio que entreteje situaciones de maneras caprichosas. Es más, son muchos los momentos en donde los puntos suspensivos se imponen, al dar al espectador la resolución –obligada o no– de resolver lo que argumentalmente podría estar sucediendo.
Cierta solución de continuidad liga Hoy no tuve miedo con Me perdí hace una semana. Ahora los momentos más o menos claros se imbrican en una trama que sería desprendimiento de la película anterior, tal vez. Un vector lo ofrece Michi, el tarotista gay (José María Espinoza) capaz de leer en las cartas lo que (cree que) sucede. Oráculo de pueblo al que todos acuden, sea por la suerte, el baile o la amistad. Tal vez su perro, al que busca con esperanza, guarde alguna respuesta. Quizás esté escondido en esa mancha fugaz que se cruza en pleno camino, durante la noche. Pero para averiguarlo hay que detener el auto, e internarse en la oscuridad.
Finalmente, AB (codirigida con Andreas Koefoed) oficia como otro desprendimiento, arista, o sendero dentro del mismo universo fílmico. Dos amigas que se aman y tal vez ya no se vean más. Así como le ha sucedido a otros antes, tal como lo refiere la monja, desde un relato tan cierto como hermoso. Historias cíclicas que repiten un misterio, mientras la perra tiene cría y el círculo de la vida se reparte entre cachorritos y vecinos. Todo lo que fue ha sucedido y por eso puede ser referido pero, acá el misterio, hay un momento de suspensión a partir del cual, se intuye, ya nada más será igual. Es ese momento preciso, maleable, en donde se sumerge el cine de Iván Fund. Hasta quedar preso de un encanto que enrarece y que anhela, como plegaria religiosa, un momento de claridad.

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