viernes, 16 de enero de 2015

Legionarios: Los perros de Roma (2014, La Duendes)


Lápices conquistadores

Con un plantel de dibujantes locales, el libro Legionarios construye una historia sórdida durante los días de Julio César. Lo editaron en Chubut y se consigue en librerías de cómics.

Por Leandro Arteaga

Es Kiro, integrante insigne de esta cohorte de historietistas, quien articula en su prólogo la analogía: “haciendo una similitud con las legiones romanas, (a los dibujantes rosarinos) nos une el mismo sentido de lealtad y respeto”. La comparación es traducción de la evidencia gráfica, de los registros estéticos múltiples, que expone Legionarios: Los perros de Roma (La Duendes).
El guión es de Oenlao (Carlos Scherpa) y expone su habilidad característica: replicar en tantos dibujantes como pueda, tal como lo hiciera en libros como Tehuelches: historietas de aventuras y mitología y Zona 2011, editados también por La Duendes, sello oriundo de Chubut y propiedad de Alejandro Aguado.
La noticia de Legionarios implica de manera local porque la mayoría de los dibujantes son rosarinos, tienen su trayectoria, y congeniaron de manera organizada a partir del guionista. Ellos son: Kiro, Fernando Kern, Guillermo Villarreal, Joel Saavedra, Pablo De Bonis, Juan Carlos Vásquez, Néstor Cóceres, Damián Peñalba, Felipe Ávila, y la participación especial de Edu Molina (Animal Urbano, El Sombra) en un unitario breve que es síntesis del ánimo bélico y brusco y oscuro que destilan las 80 páginas.
Es decir, Legionarios ofrece una historia que ramifica en lápices varios a la vez que mantienen una misma estructura: Tulius y Marcus, amigos legionarios, responden a las órdenes del César, emprenden misiones, cuestionan la lógica del poder, y guardan una amistad que contiene un secreto. Allí, claro, habrá mujeres cuya identidad develar, mientras una de ellas acompaña el fragor de las batallas como imagen hipnótica, con una cicatriz que es espejo en el rostro mismo de Tulius. Tan hondo calan tales heridas.
De esta manera, la habilidad gráfica es también muestra de los muchos talentos que dan vueltas por la ciudad. Se nota, por un lado, la afinidad con la temática de algunos, la predilección por lo que se dibuja. Es el caso de Kiro, quien perfila cada rostro como un mapa de broncas que se heredan, con atuendos que brillan en la batalla, con sangre de tinta negra, bien espesa. Es él quien presenta a los personajes principales, al escenario y su clima ominoso. De Bonis y Vásquez, respectivamente, se encargan de delinear la aventura en sendos episodios. Laberintos, trampas y una elegida de los dioses a la que custodiar. En el primero de los casos, a partir de un blanco y negro en contraste, con una puesta en página de angulaciones variadas; en el segundo, desde una utilización del claroscuro que hace convivir matices digitales con los personajes de físicos esculpidos.
Villareal aporta un clima de historieta cercano al cartoon: un cruce romano con aires de Bruce Timm, de relato impecable. La continuidad que propicia Saavedra es más minimalista, en donde hace depender del predominio del negro o del blanco la situación dramática. A Cóceres le toca desanudar el ovillo, narrar la historia dentro de la historia, antes de que la batalla más grande tenga lugar; ya que se trata, ni más ni menos, que de la Guerra de las Galias.
Una de las páginas realizadas por Kiro
El epílogo es doble y tiene participación en guión de los locales Ernesto Parrilla y Gastón Flores. El primero con dibujos de Ávila, quien da cuerpo, como si de grabados se tratase, a los últimos días en la vida del César; el segundo, con arte de Kern (y grises de Peñalba), en una conclusión magnífica, que evidencia el hacer del gran dibujante, capaz de escapar al límite de las viñetas para trazar en la misma página y simultáneamente las acciones, que el mismo orden de lectura ordena. La prosa de Flores dice mientras el dibujo completa con otros sentidos. Un gran trabajo.
Dado el tema, no será menor recordar que dos historietas de dos de los grandes dibujantes de esta ciudad, hicieron pie en Roma. Una de ellas fue Julio César (1983), escrita por Ricardo Ferrari para los lápices de Eduardo Risso en editorial Columba. La otra es la actual serie que Marcelo Frusin desarrolla en el sello francés Dargaud: L’expédition, de la que ya lleva dos álbumes (de cuatro) publicados.

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