viernes, 15 de agosto de 2014

Edgardo Cozarinsky: Carta a un padre. Entrevista


El dominio de la pura posibilidad

Dueño de una sensibilidad que es un mundo de cine, Edgardo Cozarinsky visitó Rosario con su última película. El cine de cámara y el cine espectáculo. El padre, ese interrogante que cobra forma de cine.


Por Leandro Arteaga*

Una de las gratificaciones que trajo aparejada la edición reciente de Bafici Rosario fue la presencia del cineasta y literato Edgardo Cozarinsky, quien estuvo presente durante la función de su última película, Carta a un padre, el pasado viernes.
Desde la premisa que el director entiende como “cine de cámara”, Carta a un padre encuentra nexo con sus dos films anteriores: Apuntes para una biografía imaginaria (2010) y Nocturnos (2011); tres películas que se requieren desde su oposición al denominado “cine espectáculo”. “No es que no me guste el cine espectáculo, al contrario, soy un muy buen espectador de cine espectáculo, pero así como hay música sinfónica, hay música de cámara. Una sinfonía de Beethoven no la podés escuchar en un espacio chico, un cuarteto de cuerdas se pierde un poco en las dimensiones de un gran teatro”, explica Cozarinsky a Rosario/12. Y agrega: “La idea de estas tres películas, que hemos hecho con (la productora) Constanza Sanz Palacios era la de un cine íntimo, que se dirigiera a espectadores sensibilizados para este tipo de cine, que nos permitiese descubrir muchas cosas que tal vez el cine espectáculo no atiende, con su obligación de atenerse a un guión narrativo.”
Carta a un padre indaga en recuerdos, en objetos, en ese interrogante que es la figura del padre para el cineasta. Una búsqueda inasible, que le lleva por primera vez a Entre Ríos, a encontrar esas huellas que en algún lugar el tiempo todavía esconde. El momento álgido, bellísimo, sucede durante la lectura de una carta de su abuelo, donde la voz de Cozarinsky dice las palabras escritas sobre un papel de carta que guarda años y años. La lápida y el atardecer acompañan a la voz que vence el tiempo y teje vínculos.
“Es una secuencia muy curiosa, porque esa carta existe, lo que tengo en la mano es el original”, comenta. “Mi padre murió cuando yo tenía veinte años. Esa carta la encontré cuando murió mi madre, hace pocos años. Había una caja en su departamento donde había cantidad de papeles y fotos viejas. Ahí encontré una carpeta con cartas de mi abuelo y de mis tíos dirigidas a mi padre, en ocasión del primer viaje que hizo como marino. En el momento no pensé nada con respecto a un proyecto cinematográfico. Cuando surgió la idea, estábamos con Constanza en Venecia, en 2001; pero ni ella ni yo creemos en la casualidad. Si surgió en ese momento fue porque en algún lugar estaba flotando y apareció la circunstancia para decirlo. Cuando volví a Buenos Aires me puse a revisar esas cartas. Son cartas graciosas, como la de una tía mía que le dice a mi padre, que tenía veinte años cuando fue a Estados Unidos, ‘no te enamorés de una gringa, volvé y casate con una criolla’. Pero la de mi abuelo me impresionó porque, imaginate, se trata de inmigrantes que llegaron al país sin saber castellano, en 1894, que estudiaron español en la escuela nocturna en Villa Domínguez, provincia de Entre Ríos, y en 1919 mi abuelo podía escribir una carta en castellano. Es una carta ingenua, muy cándida, pero sin errores de ortografía. Hoy abro diarios de Buenos Aires con errores de ortografía y con una sintaxis pésima.”
Lo profundamente emocional del momento fue situación mentirosamente distante para el propio realizador, quien lo confiesa desde la anécdota: “Cuando hicimos la lectura de la carta, la sonidista me dijo al volver en el auto a Villaguay, ‘¡qué cosa! ¡no te emocionaste nada, yo estaba ahí sosteniendo la caña, con el micrófono, se me humedecieron los ojos, y vos hiciste la toma dos veces!’. Le dije: ‘yo estaba mirando el cielo’, porque teníamos media hora de luz, había que hacer las dos tomas y no tenía que hablar rápido. Después en el montaje, a fuerza de ver la toma elegida, me empecé a emocionar.”

-Evidentemente, en algún momento los recuerdos, o su necesidad, fueron suficientes para que apareciera la película.
-La película está hecha con fragmentos de memoria, de documentos. Está filmada en Entre Ríos, en lugares que me interpelaron: un paisaje, un lugar, una escuela, una casa, un cementerio, con el comentario que es mi voz en off. Pero no había nada que estuviese escrito, sólo algunas frases. En general, el guión fue escrito a medida que armábamos el montaje de la película, con lo cual se necesita tener una productora tan audaz y talentosa como Constanza Sanz Palacios para embarcarse en una aventura donde el director le dice a la productora: “voy a filmar pero no sé bien qué es lo que voy a filmar, y después voy a escribir el texto cuando haya filmado”.

-Entiendo que la pregunta por el padre es también una pregunta sobre la vida de uno mismo.
-Sobre todo cuando en algún momento, antes de la película, me dije ‘caramba, estoy viviendo muchos más años de los que vivió mi padre’. Creo que teníamos muy pocas coincidencias de carácter, de temperamento, pero haciendo la película me dije ‘qué curioso, mi abuelo cruzó el océano, a fines del siglo XIX, no sabía muy bien a dónde iba, sabía que iba a una tierra donde iba a poder estar mejor y trabajar y armar una familia que era lo que había dejado atrás, pero iba a lo desconocido’. Mi padre, a los 19, 20 años, se mete en la marina y se va a recorrer el mundo, habiendo nacido y sido criado en el campo. Y yo he vivido, entre el cine y la literatura, parte del tiempo en Europa y ahora estoy de vuelta en Buenos Aires, donde nací y crecí. Una de las cosas que al hacer la película me hizo pensar es en hasta qué punto entre estas tres personas –a mi abuelo nunca lo conocí, murió antes que yo naciera– había una cosa como de rupturas que se repetían en el tiempo, generación tras generación.

-El título de la película, de hecho, podría también ser Carta a un interrogante.
-Hay preguntas que no tienen respuesta, una pregunta abre un espacio de interrogantes, de posibilidades. Una respuesta te limita, a veces sobre todo en trabajos de creación, porque la ciencia evidentemente es otra cosa, quiere llegar a resultados concretos, verificables. En la literatura, en el cine, en cualquier forma de creación llamémosla artística, con toda modestia, las preguntas son más importantes, y uno trabaja como tanteando en la oscuridad, viendo a ver qué sería posible, a dónde vamos, y eso para mí es la parte más linda del trabajo, internarse en los caminos no tomados. Cuando uno es joven, hay delante una cantidad de caminos abiertos, uno toma uno en vez de otro, y ahí se empieza a estrechar la cosa. Cuando llegás a cierta edad, desaparecieron todas las posibilidades y todo lo que elegiste en tu vida es un solo camino y tenés que seguir con él. Eso es lo lindo de hacer cine, de escribir literatura, internarse en el dominio de la pura posibilidad.

* En colaboración con Federico Fritschi, Más tarde que nunca (Radio Universidad Rosario)
 

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