miércoles, 12 de febrero de 2014

12 años de esclavitud (2013, Steve McQueen)


Mucho más que una película de esclavos

Algo más turbio que la historia que retrata es lo que se respira en 12 años de esclavitud. Un mismo malestar ya presente en los títulos previos del realizador. Lograr momentos límite, casi insoportables, como manera de caer en lo insondable.


Por Leandro Arteaga
Rosario/12, 10/02/2014 

 Seguramente, 12 años de esclavitud deba lidiar con la mirada torva que sus nominaciones al Oscar (nueve) concitan. A su vez, inevitable, con la corrección política que caracteriza al premio. Ni qué decir de la incidencia directa de la Casa Blanca: Michelle Obama fue la encargada de entregar el Oscar 2013 a Argo, de Ben Affleck. El panorama de Hollywood nunca fue tan pobre. Si 12 años de esclavitud gana su premio, poco interesa al autor de esta nota. El Oscar es irrelevante desde hace tiempo, tanto como hoy lo es Hollywood.
Más interesa pensar por dónde pasan las preocupaciones de su realizador, el inglés Steve McQueen, cuyos films previos permiten completar una mirada autoral: Hunger (2008), Shame (2011). Los dos con protagónicos insustituibles de Michael Fassbender; en el primer caso, desde la caracterización de Bobby Sands, integrante del IRA fallecido en la prisión de Maze, a partir de una huelga de hambre; en el segundo, a través de una de las mejores caracterizaciones que el último cine ha dado sobre la alienación en la gran ciudad (con Carey Mulligan interpretando la versión más triste de “New York, New York”).
Ambos, un tour de force que sumerge al espectador en una dolencia aparentemente física. Es decir, McQueen propone momentos explícitos, a veces terribles, donde los cuerpos culminan por llegar al límite. Una vez allí, la percepción ya es otra, se arriba a algo distingo, casi sonámbulo, de dolencia espiritual. No porque ésta aparezca una vez alcanzado este umbral, sino porque es allí cuando finalmente puede percibirse que el drama ha sido siempre esencial, profundo. El dolor, por eso, como calvario. Cuya exposición no es laudatoria, sino de denuncia; esto es: el mecanismo del dolor como justificación que la sociedad encuentra para sí, ritualizado de maneras simbólicas y religiosas. El cine, otra de estas expresiones, acusa recibo y plasma la violencia física. Pero el cometido es otro.
Lo predicho replica en 12 años de esclavitud, film que no sólo vuelve sobre tales temáticas, sino que encuentra su móvil en otro personaje cierto: Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), ciudadano del estado de Nueva York que fuera secuestrado y vendido a plantaciones sureñas, años antes de la Guerra Civil. Más allá del relato histórico, sintetizable en una sinopsis, lo que inquieta del film es la manera a través de la cual encuentra allí su fundamento. Y lo que expone no es ninguna lección de manual –algo que, de todas maneras, fácilmente podría también extraerse y reprochársele al film- sino un descenso hacia la oscuridad, hacia lo bajo, amparada en la direccionalidad misma que la relación norte-sur señala. Abismarse, en una palabra. Y tratar de encontrar, antes que una respuesta, la pregunta: ¿la violencia es evitable?
Por ello, además de ser un film sobre el esclavismo, 12 años de esclavitud es una película que refiere preocupaciones temáticas, distinguibles en su director. Allí es donde importa la propuesta, preocupada por algo mucho más profundo, que culmina por exceder el tema que retrata: cuando se alcanzan los momentos límite, cuando ya no queda por ver más que la carne desgarrada por el látigo. Imagen que el film expone y que podría confundirse con gratuidad, pero nada de esto hay en la película sino, antes bien, una confluencia de situaciones, de posibilidades de montaje, que obligan al paso último. Luego de ello, ya no habrá más que ver porque, de lo contrario, no sólo habría gratuidad sino también obscenidad. En este sentido, fue curiosa la animadversión que, en su momento, provocara el desnudo frontal de Fassbender en Shame, cuando el film sucedía, precisamente, de manera vasta –nunca particular-, con conciencia de su totalidad, de su montaje.
En el caso de 12 años de esclavitud se asiste a un despojo progresivo, de movimiento alternado. Progresivo en el sentido del ir dejando atrás lo que ya no es (libertad, ciudad, familia, vivienda, afecto, música), alternado en cuanto a la imbricación narrativa que del montaje resulta: Solomon inicia a los ojos del espectador como esclavo y no como hombre libre. Éste no es un detalle menor, sino una decisión: la postal de los negros esclavizados –Solomon entre ellos, el espectador lo reconocerá luego-, con la voz del hombre blanco como sonido primero. Así comienza el film, luego habrá tiempo para desandar lo visto y explicar cómo se llegó hasta allí. Lo que implica un desafío: el grupo de esclavos –de negros amontonados- no escandaliza, así como a nadie interesa distinguir sus rostros. La película, entonces, es una propuesta compleja.
Ahora bien, allí cuando ya no se pueda retratar lo que subyace entre tanto desprecio, lectura bíblica, sistema económico, guerra incipiente, aparecen las palabras. Quizás algo evidentes, pero suficientes: el cruel amo de la plantación (Fassbender) –punto último en una escalada que incluye a otros, más o menos benévolos, pero todos engranajes concientes de un sistema perverso- culmina por azotar a su esclava dilecta, mientras Solomon le reprocha el pecado cometido. La respuesta de Fassbender es perfecta: nada de pecado, “con mi propiedad puedo hacer lo que quiera”.

12 años de esclavitud
(12 Years a Slave)
EE.UU./Reino Unido, 2013. Dirección: Steve McQueen. Guion: John Ridley, basado en el libro de Solomon Northup. Fotografía: Sean Bobbitt. Montaje: Joe Walker. Música: Hans Zimmer. Reparto: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Paul Giamatti, Paul Dano, Lupita Nyong'o, Sarah Paulson, Brad Pitt. Duración: 134 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos

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