Recorrido
previsible y sin fisuras
Por
Leandro Arteaga
Hay veces en las que el mero hecho de citar un
nombre provoca ganas de cine. Es decir, un film sobre Bob Marley no puede
resultar indiferente a quienes gusten del músico. De manera tal que la
expectativa viene sola, está dada de antemano. Y si lo que se promete es
documentar su vida, aparecen también la posibilidad de exhumar material de
archivo, de ver testimonios de primera mano, de asistir a un retrato siglo XXI
acerca de alguien que ayudara a definir, justamente, el siglo precedente.
Todo esto está en Marley, título rápidamente elegido para la película del escocés
Kevin Macdonald (El último rey de Escocia),
pero lo que no está o quedó por el camino son las ganas de cine. Por eso, y en
síntesis, Marley es de una
previsibilidad mayúscula. Algo que se intuye desde su mismo inicio porque, en
tanto comienzo, elige el principio de la historia a narrar. De allí en más, un
devenir cronológico inevitable, que pareciera dar razón a la manera con la que André
Bazin supiera definir a la muerte: la victoria del tiempo.
Si la muerte es la victoria del tiempo, el cine es
su transgresión. En la también reciente George
Harrison: Living in the Material World, que Martin Scorsese realizara para
la televisión, se asiste a un rompecabezas temporal que desarma, rearma, hace
confluir, mientras permite al espectador completar con sus saberes o también
intuir. Nada de esto en Marley sino,
antes bien, una explicación de manual para seguir carrera y vida del gran
músico jamaiquino. (Sin olvidar que el propio Scorsese, a partir de diferencias
de contrato, se bajó de este proyecto)
Para ello, un desfile de bustos parlantes comparece
con sus datos y experiencias de manera ordenada ante la cámara. Y cuando
aparecen cuestiones más urticantes –caso Peter Tosh, las desavenencias y
diferencias de criterio comercial, también espiritual- sólo se las menciona
como datos al pie, sin necesidad de profundizar. Como pastillas de color que no
quitan progresión musical a unos Wailers que rápidamente encuentran
reformulaciones desde el sostén intocable de Marley.
Hay mucho respeto y, por ello, poco de cine en el
cine. El Marley de Macdonald parece
un registro televisivo con el cual, vía reverso, Scorsese sabe hacer cine. De
todos modos, el recorrido sobre el músico arroja costados de interés, tales
como la persistencia para llegar al público negro, el mestizaje sufrido, los
rechazos, su solidaridad, el éxtasis en escena, su porfía por el fútbol, la
paternidad gélida, la admiración femenina, el cariño de sus pares.
Y la música, que llena la pantalla y hace de este
viaje algo con ganas de ser revivido. Hay grabaciones primerizas, otras
matutinas (momento en el que a Marley le gustaba componer), siempre al compás
de la marihuana primera, capaz de relajar lo suficiente como para hacer música.
Claro que a la película bien le habría venido un poco más de este humo
particular.
Marley
EE.UU./Inglaterra,
2012. Dirección:
Kevin Macdonald. Fotografía:
Mike Eley, Alwin Küchler, Wally Pfister. Montaje:
Dan Glendenning. Duración:
144 minutos. Con
testimonios de Bob Marley, Ziggy Marley, Jimmy Cliff, Lee Perry, Cindy
Breakspeare. Salas:
Showcase.
6
(seis) puntos
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