viernes, 15 de abril de 2011

I Spit on Your Grave (2010, Steven R. Monroe)


Sangre derramada por justicia propia


Escupiré sobre tu tumba
(I Spit on Your Grave)
EE.UU., 2010. Dirección: Steven R. Monroe. Guión: Stuart Morse, a partir del guión de 1978 de Meir Zarchi. Fotografía: Neil Lisk. Montaje: Daniel Duncan. Música: Corey Jackson. Intérpretes: Sarah Butler, Jeff Branson, Andrew Howard, Daniel Franzese, Rodney Eastman, Chad Lindberg. Duración: 107 minutos.


Por Leandro Arteaga

Ejemplo del mejor/peor sexploitation de los ’70 es Escupiré sobre tu tumba (I Spit on Your Grave, 1978, Meir Zarchi), cuyo título confunde intencionadamente respecto de la venerable novela de Boris Vian, llevada al cine en 1959, con guión del propio escritor y dirección de Michel Gast. Ante la escasa recepción del film norteamericano, cuyo título origen era Day of the Woman, el distribuidor lo altera astutamente para un re-estreno que, ahora sí, captura la atención mediática y se vuelve nudo de debates ante la virulencia con la que su protagonista era violentada así como vengada. En síntesis, un film de encanto trash, tal vez pésimo, redescubierto para y por cultores del cine bizarro.
Entonces y ahora, la remake. Inevitable “puesta al día” de algo que no lo necesita. Porque nada más torpe que volver a filmar una película de trama tan pobre como Escupiré sobre tu tumba. En síntesis: una escritora –joven, bella, atlética- escapa de la ciudad a la calma de una cabaña donde terminar su nuevo libro; allí será asaltada y violada de manera salvaje; luego, su venganza. Algo de incomodidad peculiar podía provocar la película primera, sea tanto por su momento epocal como por sus recursos técnicos escasos, a la par de propuestas algo similares contenidas en films como The Texas Chain Saw Massacre (1974) o The Hills Have Eyes (1977).
La nueva versión no guarda “encanto” alguno porque no puede, ni quiere, escapar a tanto cine igualmente malo; es decir, otra de las muchas entregas fílmicas actuales donde la tortura ocupa un lugar nodal, que es eje en la película. Mismo tratamiento que el utilizado por el cine pornográfico más llano: diálogos que son rodeos tontos, de poca relevancia, hasta el momento del sexo; en el caso de este film, la violencia. Allí, en ese momento climático, el encanto visceral posterior de encontrar sangre derramada desde la justicia de la mano propia.
En última instancia, es éste el lugar desde el cual se estructuran tantos films: desde el problema con la ley. La mujer vejada sabrá cómo volverse repentinamente despiadada, con una capacidad de inventiva admirable al momento de dar muerte. Algo que, seguramente, habrá de haber divertido a los especialistas en trucos de maquillaje, con algunos buenos momentos de látex desgarrado. Situación que, por sí sola, tampoco es soberbia, a la vez que provoca la melancolía necesaria como para volver a querer ver mejores argucias escénicas, más perversas y bien filmadas, a través de artesanos admirables como Dario Argento o George Romero.
En fin, y de todos modos, qué lejos de las buenas propuestas ha quedado el cine de terror norteamericano, condenado a reiterarse estúpidamente. Ello obliga a ver más para encontrar propuestas mejores, es allí donde aparece el cine oriental, con mejor ánimo para el horror, con rostros maquillados de blanco fantasmal, una sensación que, con idioteces estilo “juego del miedo”, el cine olvida mientras descuida su propia esencia, la de ser un eco que recuerda al mundo de los vivos.

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