miércoles, 30 de marzo de 2011

Micmacs (2009, Jean-Pierre Jeunet)


Maquinitas peligrosas y soñadoras


Micmacs: Un plan de locos
(Micmacs à tire-larigot)
Francia, 2009. Dirección: Jean-Pierre Jeunet. Guión: Jean-Pierre Jeunet, Guillaume Laurant. Fotografía: Tetsuo Nagata. Música: Raphaël Beau.Montaje: Hervé Schneid. Intérpretes: Dany Boon, André Dussollier, Nicolas Marié, Michel Crèmadès, Dominique Pinon, Omar Sy, Julie Ferrier. Duración: 105 minutos.
Sólo disponible en DVD


Por Leandro Arteaga


Para quien ya esté familiarizado con el cine del francés Jean-Pierre Jeunet, no hará falta recordar o introducir sobre sus maneras estéticas o sus gustos de vaudeville. Para quien no lo esté, pedir rápidamente la visión –o revisión- de títulos como Delicatessen, La ciudad de los niños perdidos o Amélie. Más el complemento también esmeralda de Alien: Resurrection o Amor eterno.
Lo del verde refiere a la elección tonal acostumbrada, de cuento de hadas casi macabro, siempre muy mágico, con la que el realizador suele patinar sus films. Intenten pensar en Amélie y verán que su recuerdo tendrá un aura de este color, así como el espacio y las naves de cómic intergaláctico que surcan en Alien. Es decir, Jeunet posee un cine que lo identifica y, a su vez, lo destaca como artesano de fantasías, capaz de descubrir el encantamiento que encierra algo tan delicado como el imprevisible mecanismo cotidiano.
Tenedores oxidados, máquinas obsoletas, engranajes de reloj, poleas improvisadas, aparatos olvidados; en Micmacs todo será parte de algo nuevo, reelaborado y reciclado. Las máquinas resurgirán como articulaciones de sueños compartidos, entre quienes viven al margen y debajo de los demás, para la solidaridad de Bazin (Dany Boon) y su búsqueda de explicaciones. Es que ya de niño, Bazin sufrió la muerte de su padre como consecuencia de una mina terrestre. Treinta años después, mientras recita parlamentos de Humphrey Bogart, recibirá el impacto de una bala perdida en pleno cráneo.
La bala, pieza diminuta en conexión con su cerebro, será motivo para que Bazin trate de encontrar un equilibrio interno que sabrá trasladar, de manera general, a los artífices verdaderos de tantas otras maquinarias, ya no dedicadas a articular pensamientos, sino proclives al comercio bélico. Rimbaud será, en este sentido, confundido fonéticamente -aunque también reemplazado- con Rambo.
Si el héroe poético ha dejado lugar al héroe armado, allí entonces los aliados necesarios a la mutación, figurados en empresarios (André Dussollier y Nicolas Marié) y personalidades políticas (el mismísimo Nicolas Sarkozy), más una población ausente, que no interroga y, parece, no hace más que mirar lo que la televisión dice. Los héroes de Micmacs, en este sentido, serán unos soñadores locos y bohemios, dueños de una lógica de dibujos animados y de circos de verano que ya nadie recuerda demasiado. (Es tanta la pregnancia de la tele…).
Ese mundo encantado que Jeunet despierta se vuelve peligrosamente posible, con la capacidad justa como para volver a un viejo despertador capaz de instigar la furia vengativa de las abejas, apresadas en un frasco. Una ingenuidad que pierde toda inocencia y que vuela para allá arriba, bien alto y junto con el hombre-bala, a quien será justo recordar como uno de los héroes mejores. Su autógrafo, tal como demuestra Micmacs, vale más que todos aquellos protagonistas cuyos nombres saben aparecer, al fin y al cabo, siempre por la tele.

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