domingo, 22 de agosto de 2010

Cinco minutos de gloria (2009, Oliver Hirschbiegel)


Búsqueda de redención sin televisión


Cinco minutos de gloria
(Five Minutes of Heaven). Inglaterra, Irlanda, 2009. Dirección: Oliver Hirschbiegel. Guión: Guy Hibbert. Fotografía: Ruairi O’Brien. Música: Leo Abrahams, David Holmes. Montaje: Hans Funck. Intérpretes: Liam Neeson, James Nesbitt, Anamaria Marinca, Mark David, Conor McNeill, Paul Garret. Duración: 89 minutos.




Luego del insólito traspié que significara Invasión (The Invasion), que prometía lo mejor (remake de Invasion of the Body Snatchers, con dos intérpretes gélidos como Daniel Craig y Nicole Kidman, más la frialdad germana del realizador, pero mutilado todo bajo los designios mercantiles de los estudios), el realizador alemán Oliver Hirschbiegel ofrece con Cinco minutos de gloria una mirada más acorde con la polémica de su film La caída (2004), con un imposible de olvidar Bruno Ganz en el papel de Adolf Hitler.
Cinco minutos de gloria narra, desde el flashback, el asesinato de un católico a manos de un joven integrante de la UVF (Ulster Volunteer Force), grupo paramilitar de Irlanda del Norte. Con diecisiete años, Alistair Little cumple su sueño de magnificencia, de respeto ganado, al dar muerte. Corre el año 1975. Y el todavía más pequeño y aterrado hermano de la víctima sufrirá el peso del desequilibrio materno –por no haber hecho nada por impedirlo- para toda la vida.
Es esto lo que asoma desde los recuerdos de Joe Griffin (James Nesbitt) mientras se dirige, veinticinco años después, al gran castillo vuelto estudio de televisión. Allí tendrá lugar el reencuentro entre él, testigo del crimen, y el victimario. Toda una apuesta. Porque nada hay de mayor morbo que capítulos similares para la televisión. Los ejemplos cundan y la apuesta del film no desatina. (Sidney Lumet supo recordar, a propósito de su magnífica Network, poder que mata, 1976, que no iba a pasar demasiado tiempo para poder observar un suicidio en televisión. El cine, dice Godard, nos alerta. El asunto es querer ver/escuchar).
Todo un martirio psicológico acompaña a Griffin. Pero también a Little (Liam Neeson). Un montaje paralelo que sabrá hacer confluir, finalmente, ambas instancias pero por fuera de la situación esperable. La televisión nada tiene que hacer respecto de ciertos asuntos. Y es esto lo que el film de Hirschbiegel atiende y subraya. El espectáculo televisivo, sabemos, se ha vuelto basura. (The Truman Show, 1998, supo también cómo alertarlo.)
Si es uno el que no puede acercarse al otro, será entonces el otro quien haga el intento. Una zona neutral, derruida, buscará ser lugar ideal. Sucia y por fuera del tiempo. Suspendida, todo está permitido allí. Es así que la altura moral de la película sobresale, y nos devuelve a un Liam Neeson más a gusto con el buen cine, lejos de la plasmación maniquea y fascista que llevara adelante en un film burdo como Búsqueda implacable (Taken, 2008), donde se dedicara a cazar y matar villanos.
Existe en Cinco minutos de gloria un lugar para la reparación, que nada tiene que ver con el perdón del olvido obligado, ése que tanto quiso imponerse a nuestra historia, sino con el acercamiento entre palabras que busquen un lugar desde el cual recomenzar. El perdón, decía Hannah Arendt, puede aparecer como una instancia revolucionaria.

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