miércoles, 10 de marzo de 2010

Richard Stark's Parker: The Hunter (2009, Darwyn Cooke)


Crónica del desalmado
(Westlake es Parker es Cooke)


Richard Stark’s Park
er: The Hunter
Guión y dibujos: Darwyn Cooke,
a partir del libro de Donald Westlake.

Hardcover, 144 pages.
IDW, July 2009.
u$s 24.99





Cualquier obra con el nombre de Darwyn Cooke es impaciencia lectora. Aún más cuando su nuevo trabajo es declarada y afectivamente noir. Rasgo que continúa un periplo gráfico y estilístico que nos remonta a su paso por Catwoman o, mejor todavía, por The Spirit. Cooke es hermano de lápices de Bruce Timm desde los buenos tiempos de Batman: The Animated Series. El mismo medio animado, circularmente, llevará a la pantalla uno de sus mejores y más premiados trabajos en comics: The New Frontier (2003-04).
Darwyn Cooke es grande. Y puesto a hacer lo que le gusta, todavía más.
Porque es su idolatría por Donald Westlake (1933-2008) la que ha terminado por hacer germinar a The Hunter (1962) en formato novela gráfica: primer libro de una serie de cuatro, protagonizados por Parker, el desalmado personaje delineado por Richard Stark (seudónimo de Westlake).
Donald Westlake escribió las andanzas de su personaje durante veinticinco libros, además de una obra profusa, que suma guiones de cine (entre los que sobresale The Grifters, de Stephen Frears) y, justamente, traslaciones a la gran pantalla. Parker, de hecho, ha sido encarnado por Jim Brown (The Split, 1968, G. Flemyng), Mel Gibson (Payback, 1999, B. Helgeland), Robert Duvall (The Outfit, 1973, John Flynn) y el incomparable Lee Marvin (Point Blank, 1967, John Boorman). El propio Jean-Luc Godard ha visitado el mundo Westlake a través de su Made in U.S.A. (1966), sobre la novela The Jugger (1965).
Puesto a la tarea, Darwyn Cooke se contactó con el propio escritor y, desde un ida y vuelto ameno, atento a sugerencias compartidas (Westlake veía a Parker como un Jack Palance joven), The Hunter es el fruto. Además de ser lamento del historietista, dado el fallecimiento de Westlake poco tiempo antes de la finalización del libro.
Las primeras páginas son magistrales, de inevitable marca Cooke. El Book One de The Hunter es narrativa pura, sólo un “go to hell” de boca del protagonista que marcará el inicio y descenso al averno. Viñetas -cada vez más cerradas- siguen el deambular de Parker, sin mostrar su cara, desde el puente de Brooklyn hacia el interior de la ciudad. De lo general a lo pequeño. Con indicios breves que no revelan nada, que culminan con su rostro, odioso, enmarcado por la página y un espejo. Después, el encuentro con la rubia hermosa, una relación que se intuye de a poco, a través de la cual Parker busca a alguien. Ese nombre es el que guarda el porqué, el que anuda todo el embrollo, el que significa la meta mortal de Parker o de todo aquel que se atreva a cruzársele. Así de contundente es el inicio de The Hunter.
Y pareciera que es esta agilidad la que habilita luego a la explicación prolongada, de muchos párrafos. No hay primera persona, no puede haber manera que explique la subjetividad de alguien que, por lo que parece, no la tiene. Sólo un distanciamiento que lo relate de modo sobrio: quién es, qué trabajos hace, qué le pasó, qué hizo. De acuerdo con el propio Cooke: “(Westlake) me escribió que la serie, en un principio, consistió en un ejercicio de escritura sobre un personaje completamente interno. Donde el contenido emocional estuviese sumergido de tal forma que la única indicación que permitiera sugerirlo fuese el comportamiento físico.” (1)
De esta manera, el Parker de Cooke es siempre igual, nunca cansado o alterado o sorprendido o dolorido o excitado. Su desenvolvimiento es el de un autómata, de ceño fruncido, más el encanto de la iconografía circa ’60. New York, autos grandes, barrios bajos, trajes, corbatas y sombreros. Y un blanco y negro y gris que oscilan entre el cine noir ’40-’50 y la violencia icónica posterior. El accionar del Parker de Cooke se asemeja a aquellos momentos estatuarios y terribles de Lee Marvin en A quemarropa. En otras palabras, Cooke se lo pasa en grande.
En otras palabras, quizá Parker no sea quien es de no ser por quienes le rodean. Es desde la caracterización de cada uno de estos personajes donde afloran, justamente, los muchos rostros de Parker. A medida que avanza y mata y pega y ahorca y desfigura, quienes asumen su falta de emoción son los demás. Allí es donde hay que prestar atención. Porque Parker existe desde ellos y desde uno. Desde ese espejo inicial que devuelve al lector la imagen de Parker como si fuese la propia.
Para el verano de 2010, Darwyn Cooke promete el regreso de Parker. El ánima maldita de una ciudad que se sabe alfombra grande que esconde tierra. Una basura de persona. Parker como equivalente de lo que anida bajo la alfombra. La imagen, en suma, que el espejo nos devuelve. Desafío que el dibujante enfrentó desde idénticas premisas westlakeianas. Cooke, decíamos, se lo pasa en grande. El lector todavía más.

Notas:
(1) ComicsReporter (10/05/2009)

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